El maravilloso y divertido psicólogo Richard Wiseman –podéis conocerlo a través de su página Quirkology o por sus libros Rarología y 59 segundos– ha realizado numerosos estudios sobre la suerte, los suertudos y los no suertudos. Y sus datos son sorprendentes. En una de sus investigaciones había colgado billetes de un dólar en un árbol en la calle, como si fuera un árbol de Navidad. Posteriormente pedía a los participantes, suertudos y no suertudos, que pasearan por la calle. Sorprendentemente, las personas que se creían suertudas en la vida veían los dólares y, al verlos, cogían uno. Por el contario, las que se percibían como personas con mala suerte, ni siquiera los veían.
Las personas que creen tener buena suerte despliegan una especie de radar con el que detectan cosas buenas en la vida. La capacidad de almacenamiento es ilimitada, pero nuestra capacidad de atención es limitada. Así que somos conscientes y libres de elegir en qué detalles, en qué personas, en qué tipo de información y estímulos fijamos la atención. Resulta que la gente que cree tener buena suerte pone su foco de atención en crear oportunidades. Están atentos a las personas que pueden serles de ayuda, proponen planes en los que otros se ofrecen a aportar, obvian la información que resta y también esperan cosas buenas de la vida. El resultado es que, al esperar un premio, al esperar que las cosas te vayan bien, de alguna manera participas de forma activa en crearlas. De hecho se sabe que la gente con buena suerte se compromete más, invierte más esfuerzo y es más perseverante porque piensa que le irá bien, que la vida se portará bien con ellos. Por el contrario, las personas negativas anticipan el fracaso y no creen en la generosidad de otras personas. Por lo tanto, no generan lazos de conexión y no comparten sus ideas porque “total, para qué, si al final no saldrá bien”. Y esta propia negatividad les lleva a perder antes de jugar, a tirar la toalla antes de que el fracaso sea inevitable. A este fenómeno también se le llama la profecía autocumplida.
No podemos negar que hay una parte de la vida no controlable. No sabemos si es destino, casualidad, buena o mala suerte, como por ejemplo que te toque la lotería o ser atropellado por un desalmado que iba borracho. Pero también es cierto que en gran parte somos los arquitectos y protagonistas de nuestra vida. Y que a través de la ilusión, el foco de atención y una mochila cargada de valores, somos capaces de invertir, revertir y crear un proyecto de vida. ¿Podemos alterar las rachas, podemos influir en nuestra suerte? Sí. Veamos cómo:
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