Prestamos mucha atención a nuestras personas enfermas, a los mayores con Alzheimer, a las personas con capacidades distintas, a las personas dependientes, a nuestros enfermos de larga duración o con enfermedades degenerativas incurables. Realmente son los protagonistas de historias duras y de historias de superación. Nos da pena y compasión. Pero las personas que dedican su tiempo completo a cuidarles, como son la pareja, los hijos, madres, padres, cuidadores, ¿quién empatiza con ellos?
Los estudios demuestran que los cuidadores de pacientes de este tipo sufren ansiedad, depresión y frustración. Ven condicionadas también sus vidas. Muchas veces no saben cómo aliviar el dolor físico ni emocional de sus enfermos. Se ven impotentes, con sus vidas entregadas, desde el amor, pero coartadas. También para ellos la vida tiene su parte injusta. Porque ni disfrutan del todo de la persona amada ni disfrutan de sus propias vidas. Y aunque muchas veces otros se ofrecen para que puedan pasear, salir, despejarse, durante este tiempo que debiera ser para ellos, se sienten culpables por desatender al enfermo.
¿Cómo podemos ayudar al cuidador?
¿Sabías que tu ahorro también puede ser responsable?
Si empiezas a aislarte, a tener peor genio, sentirte irascible, vulnerable, no tener tiempo para ti, experimentar soledad, perder peso, dormir mal… tienes un problema. Es la señal de alarma y de inicio para poner en práctica todos estos consejos.
Estos ejercicios permitirán mejorar la ansiedad. Es normal que te encuentres nervioso y, es más, tienes todo el derecho a estarlo. Cuando cuidamos a una persona enferma empatizamos con su dolor, con su frustración, con su ansiedad. Percibimos que la vida no es justa con ella. Pero tampoco lo está siendo contigo. Esta situación de desigualdad, de dolor e incluso de incertidumbre, genera ansiedad. Muchos de estos pacientes tienen alteraciones en sus respuestas biológicas y fisiológicas de las que el cuidador tiene que estar pendiente para que no mueran. Es como vivir con la pistola en la sien jugando a la ruleta rusa.
Este punto es especialmente importante por cuatro motivos. Primero, el deporte ayuda a que tus neurotransmisores del bienestar funcionen de forma correcta. Si haces deporte te sentirás bien. Pero, además, el funcionamiento cognitivo en general también funciona mejor. La capacidad de atención, de concentración, la memoria, etc., se pueden ver alteradas por la ansiedad de la situación. Practicar deporte permitirá que, desde el punto de vista cognitivo, te encuentres mentalmente más ágil. Tercero, hay una relación directa entre la práctica deportiva y la reducción de la ansiedad. Y, por último, en cuarto lugar, muchos de estos pacientes tienen una movilidad reducida y ello supone un esfuerzo físico constante por parte del cuidador. Coger, llevar, levantar, apoyar. Si no cuidas tu musculatura, tu físico se va a resentir muchísimo y terminarás con lesiones musculares y en los tendones. Necesitas estar fuerte y ágil para poder ayudar.
Querer con toda tu alma a tu familiar enfermo, aunque sea tu hijo, no significa que tengas que estar todas las horas del día a su lado. Puedes compartir el momento. Tu hijo o tu pareja no te querrán más porque dejes de vivir tu vida para vivir solo la de ellos. Además, si inviertes tanto tiempo terminarás tú por resentirte y no poder prestar ayuda.
Aunque seas tú el que pase los días con la persona dependiente, pide compañía. Pide por favor a tus hijos, amigos o padres que te acompañen en determinados espacios de tiempo. Así podrás hablar de otros temas, podrás interesarte por las novedades de la vida de otros. No te aísles. La soledad te puede consumir.
Puedes realizar actividades placenteras tanto mientras cuidas a tu persona enferma o dependiente como cuando no estás con ella. Y no te sientas culpable por ello. Tienes una vida por delante y una de tus obligaciones es sacarle todo el jugo que puedas. Estar de duelo no es empatizar. Empatizar es poder comprender la situación, al enfermo y a ti mismo. Puedes realizar pequeñas actividades como dedicar tiempo a la lectura, juegos en el móvil, editar fotos, hacer manualidades, disfrutar de un buen café, escuchar música, llamar a otras personas, ver series en la tablet…
No puedes ocuparte de todo. Rebaja tu nivel de exigencia. No puedes sanar, no puedes aliviar el dolor que no alivian los medicamentos, no puedes estar pendiente de todo, no puedes prevenir lo que no es controlable. Necesitas trabajar la aceptación. Y esto empieza por verbalizar que “lo que ahora es, está bien”, sin más.
Cuando te resistes a aceptar la situación, cuando albergas una esperanza ilusa, cuando crees que puedes hacer más de lo que haces, estás negando la realidad. Y desde esta negación no podrás cuidarte.
Sí, no eres el enfermo ni la persona dependiente. Pero también sufres. No eres egoísta por poder compartirlo y aliviarte. Habla con tus seres queridos, expresa cómo te sientes. No te lo guardes para ti, no te lo reprimas, porque cada vez te sentirás más triste. Tienes licencia para sentir.
Igual no en la misma medida en la que tú lo haces. O igual sí. Hay personas especialmente serviciales o que en sus vidas no tienen tantas responsabilidades, como lo es tener hijos, que terminan por dedicar todo su tiempo al cuidado de sus padres. Por favor, reparte. El hecho de que tú no tengas hijos o familia no significa que debas cuidar tú solo de tus padres o de tu familiar.
Negocia lo que sea justo. Y de no poder contar con ayuda, trata de contratar si es posible algún cuidador externo y profesional que te alivie a ti de tanta carga de trabajo.
El sueño es fundamental para reparar. Tienes que dormir y descansar para que tu mente y tus emociones no se resientan.
Seas o no cristiano, el mandamiento de “amarás al prójimo como a ti mismo” te lo puedes aplicar. Porque si dejas de atenderte y cuidarte, puede que pases de cuidador a ser cuidado.
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