Dicen las estadísticas de China que después de un confinamiento de siete semanas han aumentado las demandas de divorcio. Normal. También ocurre en España cuando regresamos de las vacaciones. El confinamiento no provoca divorcios. Solo acentúa lo que antes ya no funcionaba. Veamos cada caso.
A muchas parejas les ha cogido el coronavirus en medio de la toma de decisiones sobre si seguir intentándolo o si romper. Algunas estarían en proceso de separación. Y a otras profundizando en la idea de que sus relaciones de pareja no se sostienen más. El coronavirus les ha obligado a postergar la salida, pero no la toma de decisiones. Las ha confinado a una condena peor que la propia reclusión: estar recluido con quien no te llevas bien, con quien no deseas seguir compartiendo tu cama, tu intimidad, tu proyecto de vida, o incluso con la persona a la que ya no soportas y con la que la vida se te hace muy cuesta arriba.
Sea como fuere, estas parejas que ahora lo tienen claro, porque ya antes del confinamiento lo tenían, que sabían que la persona que está bajo el mismo techo no es la persona con la que desean compartir sus vidas, solo tendrán que mantener el respeto y tratar de mantener una comunicación no violenta durante estos días tan complicados.
¿Sabías que tu ahorro también puede ser responsable?
Muchas otras parejas igual ni siquiera se habían planteado romper. Pero sí sabían que su relación de pareja era tensa, conflictiva, agresiva, fría. Mantienen una relación en la que se ven lo justo, con unos buenos días que dejan el mismo sabor que el de un café aguachirri, con besos que quedan bien pero que no transmiten nada, con conversaciones sobre tutorías y suegras, con tiranteces, con un mírame y no me toques porque me crispas solo con tu presencia, con camas que se comparten sin amor, sin deseo pero con el deseo de no tenerte dentro de ella, con sueños eróticos con otras personas, con fantasías de una vida de afecto en la que la pareja actual no es la protagonista de la historia de amor, con “y tú más, pues anda que tú, tú siempre con lo mismo” y con incomprensión, poca empatía, menos afecto y cero sexo. Parejas que hace tiempo que dejaron de ser amantes y se acostumbraron a convivir sin plantearse que llevan años marchitas incluso muertas. Parejas que ahora se ven obligadas a compartir 24 horas al día cuando ya las tres horas que se veían antes era la muerte a pellizcos.
Algunas de ellas puede que sobrevivan. Puede que de repente, cambiando el foco de atención, mirando desde otros ojos, descubran a la persona de la que se enamoraron. Solo serán algunas. La mayoría, después del confinamiento, acabará rompiendo definitivamente algo que ya estaba muerto antes de que el Coronavirus les encarcelara junto al padre o a la madre de sus hijos. Porque ese es el título que ostentan. Poco más.
Tendrán que agradecer al virus, tarde o temprano, que les abriera los ojos del todo. Que les ayudara a tomar la decisión de romper lo que estaba roto. Que les permitiera volver a empezar, darse otra oportunidad para sentir y vivir otro amor o vivir la soledad. Perder a una persona a la que ya no amas no es un fracaso. El fracaso es seguir al lado de alguien a quien no deseas, a quien no admiras, con quien ya no tienes complicidad ni la vas a tener. El fracaso es aferrarte a alguien por miedo a estar solo, por miedo al futuro. Porque seguir con alguien por no estar solo ya es estar solo.
El confinamiento por el coronavirus te puede ayudar a ser más consciente de lo que no funciona. No le eches la culpa si a la vuelta de la Semana Santa tienes más claro que nunca que tu relación ha hecho aguas. A veces la vida nos pone delante una señal. Solo hay que saber interpretarla.
Si eres de los que se encuentra en esta situación, atento, no te agobies.
Y ahora solo confía en que este momento es un buen momento para tratar de llevarte bien con la persona a la que vas a dejar. La vida te está permitiendo despedirte de ella. Trata de que estos días sean para el agradecimiento, por todo lo bueno que haya podido traer a tu vida.
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